👋🏻 Hey folks
Esta semana nuestro compañero Carlos Sánchez nos comparte una interesante reflexión sobre la vida, sobre el viaje que supone crecer y lo que perdemos pero, sobre todo, aprendemos por el camino. Celebrar la vida siempre es un kindly reminder necesario 💙
Por otro lado y aprovechando el lanzamiento del nuevo modelo de iPhone reabrimos el melón de la sostenibilidad en productos tecnológicos y si realmente se puede combatir esa constante obsolescencia programada. También recordamos el rol de una persona muy importante en este mundillo, sin la cual no hubiese existido una interfaz tan molona en estos productos.
Feliz jueves ✨
Crecer es un viaje que no me esperaba
por Carlos Sánchez
Cuando me propusieron escribir un post para esta newsletter pude sentir como un cosquilleo me atravesaba. Me ilusiono con facilidad y escribir es algo que me ilusiona. Inmediatamente, empecé a indagar en mi día a día, en lo que tengo alrededor, buscando el contenido perfecto para compartir. Es “temática libre”, tengo un mar de posibilidades ante mí.
Pensé que sería interesante abordar un tema intelectual porque, ¿a quién no le gusta parecer más listo de lo que realmente es? ¡Cine! el cine me gusta, se me da bien, he visto películas de Andréi Tarkovski, incluso sé como se escribe Tarkovski. Puedo hablar sobre la poesía visual y por qué imágenes de ciertas películas, con historias y escenarios remotos, nos evocan algo que se parece a nuestra vida. O quizá puedo compartir mis reflexiones sobre el género y la teoría queer, aprovechando que estoy leyendo a Paul B. Preciado.
Perdido en estos pensamientos de repente caigo en la cuenta de algo: de nuevo vuelvo a encontrar una excusa para darle más importancia a algo que suelo leer que a algo que suelo pensar. De modo que, con vuestro permiso, voy a tomarme esto como un ejercicio personal para decir algo que pienso (muchas veces).
Crecer es un viaje que no me esperaba.
¿Y qué quiero decir con esto? Aunque parezca una obviedad me refiero a que me estoy dando cuenta del paso del tiempo, o por lo menos lo estoy haciendo mucho más que antes. Que estoy siendo tremendamente consciente de los hitos escondidos detrás de cumplir años, y de cómo he dejado de ser un adulto emergente para convertirme en simplemente un adulto. También sé que detrás de esto hay toda una condición y estructura social que avala la desesperación que me produce llegar a estas conclusiones. Que, en mayor o menor medida, todos hemos sentido un pellizco de dolor ese día que no puedes recargar el abono joven del transporte de Madrid. O ese día que tu prima, que apenas sostenías en tus brazos cuando era una cría, de repente te dice que quiere estudiar una Ingeniería en Telecomunicaciones porque “tiene muchas salidas”. En definitiva, esas veces que nos damos de bruces con el escenario de que nuestra existencia está en un punto diferente cada vez que nos paramos a mirarla. Que estamos en un lugar más alejado, aunque le llamemos presente.
Lo pienso de nuevo.
¿Alguna vez no he pensado en el futuro? Me doy cuenta de que las cosas que me preocupan sobre “la edad” no están necesariamente relacionadas con dejar de tener descuentos para viajar barato, las arrugas o las resacas colosales que duran dos días. Quizá no están tan relacionadas con la edad como con otra cosa. Me preocupa que mis padres se hagan mayores. Me preocupa verme alejado de mis amigos porque diseñen sus vidas lejos de la mía. Me preocupa no tener espacio para hacer esas cosas que quiero hacer y que sigo posponiendo por falta de dinero o de tiempo. Me preocupa un día echar la vista atrás y que mi vida me reflecte una sensación de vacío o insatisfacción. Me preocupa decir adiós tras entender que algunas despedidas son para siempre. Y curiosamente, entre todas las cosas que me preocupan, la que más llega a inquietarme es también la que más me reconforta: no hay nada que yo pueda hacer.
Lo pienso otra vez.
El paso del tiempo no es un problema y por lo tanto no tiene solución. Es una realidad en constancia que invade mi cabeza y que, como he dicho antes, forzosamente pienso (muchas veces). La única estrategia ante la contemplación de lo inevitable es, en mi opinión, cambiar nuestra mirada hacia ello. Si hay un final, quizá la mejor forma de llegar hasta él es disfrutar del camino que te lleva. Por muy injusto o despiadado que nos resulte no correr tan rápido como lo hace el tiempo, hay que mirarlo como lo que es: una oportunidad. Y las oportunidades se pasan, como lo hace el tiempo.
En mi derecho de preocuparme en exceso por cosas que no deberían preocuparme en exceso, dejo de preocuparme durante un rato. El tiempo pasa más calmado al confiar. Y yo confío con todas mis fuerzas en una frase barata que me encontré el martes pasado en una galleta de la fortuna de un restaurante asiático, una frase que viene a decir Disfruta más y piensa menos. Yo asiento con la cabeza y veo la oportunidad. Porque al final crecer es eso: estar comiéndome una galleta refrita que posiblemente me revuelva el estómago y pensar en la suerte que tengo de estar ahí, con los míos, haciendo ese viaje que no me esperaba.
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Recién salido del horno
En relación a crecer y cumplir años, curiosamente, el nuevo iPhone presentado hace dos días también nos recuerda que nos hacemos mayores. Y es que aquí más de una tuvimos el iPhone 3 que recordamos con cierta nostalgia.
No pretendemos entrar en los detalles de este modelo, es nuevo y mejor, de eso se trata, pero sí nos parece relevante mencionar el cambio del que todos hablan. El puerto de carga del iPhone 15 será USB-C debido a una regulación europea, que ha exigido a la empresa californiana romper con su histórico modelo de accesorios exclusivos del ecosistema Apple.
Esta norma impuesta por Bruselas tiene como objetivo reducir el desperdicio electrónico y ahorrar dinero a los clientes al hacer que el puerto sea universal. Y esto nos recuerda el enorme reto que tienen las empresas tecnológicas de mantener un mercado imparable mientras consiguen unos objetivos de sostenibilidad que necesitamos que sean cada vez más ambiciosos.
Lo primero que podemos hacer es alargar la vida de nuestros teléfonos y usar el mismo durante más años, algo que quizás choca frontalmente con el lanzamiento de un nuevo iPhone cada septiembre.
Susan Kare
Y ya que Apple está en boca de todos con sus últimos lanzamientos, nosotras damos un salto en el tiempo para hablar de sus orígenes. En concreto para hablar de una diseñadora sin la que no podríamos concebir el legado de diseño que esta empresa nos ha dejado.
Susan Kare ha sido una figura fundamental en el diseño de interfaz, siendo la creadora del concepto de escritorio, de tipografías universalmente usadas, de multitud de funcionalidades y de iconos como el de la papelera o el mítico Happy Mac.
Se doctoró en Bellas Artes en la Universidad de Nueva York en 1978. Su carrera parecía encaminada al arte y a la docencia hasta que en 1982, tras mudarse a San Francisco, le ofrecieron el trabajo que cambió su vida: dibujar unos cuantos iconos y elementos de letras para el nuevo ordenador de Apple. Fue en ese momento cuando comenzó una larga carrera que le haría trabajar para empresas como NeXT, Microsoft, IBM, Sony Pictures, Motorola, Intel, Facebook y Pinterest entre otras.
Pero lo más importante, diseñó el maravilloso juego del solitario de Windows. 🂱
Todo un referente.
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